domingo, 30 de agosto de 2009

Te odio

¿Sabes? Te odio, de verdad te odio. ¡Te odio tanto! ¡Ni siquiera con todas las lágrimas del mundo puedo expresar la frustración que me haces sentir! ¡Ni siquiera con el grito más potente podría hacerte ver lo miserable que me haces sentir!
¿Y sabes qué es lo más gracioso? Todo esto es mi culpa. Es mi culpa sentirme de esta manera. Nadie más que yo decidió que me afectarías de este modo. Te di un pase directo y sin escalas hasta lo más profundo de mi dolor. Tú tienes el poder de hacerme sufrir de la peor manera posible, y sólo porque yo te di el derecho. Tú no lo sabes, por supuesto. Y si lo sabes entonces te odio mucho más.
Te odio por no saber qué me pasa. Pero te odiaría más si lo supieras y aún así no me sacaras de mi miseria. Te odiaría por regodearte en mi sufrimiento. Te odiaría por verme arrastrándome a tus pies, por una llamada, por una mirada, porque notes que sigo viva. Te odiaría por dejarme siempre al final, cuando para mí eres el principio y el final de todo.
Y esta no es la peor parte. No es la parte grotesca y podrida de todo. Lo peor es que el odio que te tengo es proporcional a la necesidad que tengo de ti. No puedo vivir sin ti. No puedo. He tratado de encontrar otros motivos para seguir aquí, pero todos vuelven irremediablemente a ti. Siempre a ti.
Odio quererte.
Odio necesitarte.
Odio depender de ti.
Y odio más que no te importe.