lunes, 17 de septiembre de 2012

Ilusión óptica

A Series of Questions, L. Weingarten. 

La gente me ve y reconoce un engaño. Ven una ilusión óptica, un juego de luces, un truco.
Yo también siento que los timo.
El problema es que no sé cómo. No exactamente.

¿Se sienten ofendidos por mi género, por mi sexo, por mi expresión, o algo completamente distinto?

Si me ven y reconocen a una niña, les molesta que no lo parezca a primera vista, que tengan que esforzarse por encontrar las señales que los empujan a codificarme de acuerdo a mi sexo. Entrecierran los ojos y cuentan las banderitas rojas: no tiene manzana de Adán, sus caderas son anchas, sus hombros estrechos, sus pies pequeños, su voz aguda. ¡Es una niña vestida de niño! ¡Ultraje!

Si me ven y reconocen a un niño, les molesta que sea tan poco varonil, que por un momento hayan pensado que era una niña, por mis manerismos y mi forma de caminar. Se muerden los labios y me miran reprobatoriamente: tiene los brazos muy delgados, su cuello está muy flaco, su cabello le hace parecer mujer, sus manos son delicadas, se sienta con las rodillas muy juntas. ¡Es un niño afeminado! ¡Maldito puto!

Todo es una ilusión. 

Y no es tanto lo que los demás, como masa, piensen de mí. Es más los casos individuales; los demás, los potenciales amigos, o parejas, o amores, o todo.

Si conozco a alguien nuevo y me presento como Mirna, destruyo casi toda posibilidad de que me pueda ver más allá de mi sexo. Me verá siempre como una mujer, me codificará de acuerdo a los estándares que la sociedad nos ha enseñado. En su cabeza no seré más que una interrogante color rosa; se preguntará, aunque sea inconscientemente, por qué no cumplo con las expectativas que tiene del género femenino. Me verá y sabrá las partes de mi cuerpo que intento esconder debajo de capas y capas de ropa, y el tono agudo de voz que disfrazo tras volúmenes bajos y palabras cortas.

Pero es la "vía honesta". Es mostrar el inadecuado equipo con el que vine al mundo. Es no tener sorpresas, no tener cadáveres en el clóset, no esconder cuchillos bajo el colchón... Sin embargo, no puedo evitar pensar que quien me conozca así, no me conocería en realidad. Conocería a la denominación femenina; a una persona a la que le fue asignado un sexo, le fue impuesto un rol social determinado, y se ha conformado con hacer lo mejor que puedo con lo que le fue dado. No quiero, ¡no puedo!, ser esa persona.

Pero si conozco a alguien nuevo y me presento como... yo. Ni siquiera he tenido el valor de imaginar un escenario así. Me da náuseas pensar en las consecuencias. A veces pienso que es una fachada que no sería capaz de mantener por mucho tiempo; no es que deje de ser yo, sino que la gente dejaría de verme a mí, y comenzaría a ver lo que piensan que debería ser. Pero si eres mujer, ¿por qué te vistes como hombre? Porque te vale madres, por eso. ¿Por qué intentas parecer algo que no eres? Vas a venir a decirme lo que soy; no, no, adelante, esto será divertido. Sería más fácil si solo aceptaras que eres mujer y comenzaras a actuar como una. ¿Cómo exactamente se supone que actúa una mujer? ¡Que alguien me mande el libreto, porque parece que cada quien interpreta al personaje como se le da la gana! ¡Policía teatral, auxilio! ¡Tenemos a millones de actrices que no se saben el rol!

Ojalá. 

Ojalá tuviera el valor para poder reclamar mi derecho, mi libertad, a vestirme, actuar y expresarme como se me da la regalada gana. Pero ni siquiera puedo pensar en esas réplicas sin sentirme culpable. Y eso es el problema: me siento culpable. Es como si despreciara un regalo por capricho. Como si ella, a quien le pertenecía este cuerpo, me juzgara por rechazarlo. Me siento culpable por tenerlo y no quererlo, como si ese fuera mi deber, mi responsabilidad, mi trabajo. ¿Qué diría ella de que quiera esconderlo o, de preferencia, deshacerme de él, destruirlo?

Lucho contra dos impulsos.

El primero es frenético, angustiante. Necesito ser yo. Necesito mis pantalones y mis zapatos grandes, y mis capas de playeras, mis camisas, mis suéteres y sudaderas; necesito compresión y disimulo. Necesito mirarme al espejo y poder sonreír porque mi reflejo se parece un poco más a quien soy en mi cabeza. Y de pronto, no es suficiente parecer. Quiero ser. Quiero cortarme todo lo que sobra. Tomar una navaja y quitar todo aquello que me recuerda lo que hay debajo de la ropa. Quiero romper a puñetazos el espejo, todos los espejos. Quiero llorar y desmayarme, y despertar en un cuerpo distinto. Quiero parecerme a mí. Dejar de ser un personaje y empezar a ser una persona. Empezar a ser yo, que mi cuerpo  mi mente concuerden. Que todo esté bien.

El segundo impulso es el que me empuja a alcanzar las expectativas que han flotado sobre mi cabeza desde el momento en el que el doctor le dijo a mis padres "¡es niña!". Quisiera irme por la libre, tomar el camino fácil. Fingir, sonreír, aceptar. Y mientras, incubar alguna clase de desorden mental. Inevitable. ¿Quién no se volvería loco? A veces soy débil; me rindo, claudico. Me visto como los demás me encuentran "bonita" y actúo como me enseñaron que una niña debe actuar; coqueteo y me convierto en la damisela del grupo, a quien le dan el asiento, a quien los hombres sienten que deben proteger y cuidar y priorizar. Y todo eso se siente tan mal, tan incorrecto, tan falso.

¿A quién engaño?

¿A mí o a los demás? ¿A quién le debo más?

La respuesta parece simple. Que se joda el resto; lo importante es intentar ser feliz.

Pero cuando la gente te dice que lo que dices necesitar para ser feliz es imposible, o cuando creen que lo haces para llamar la atención, o cuando no creen que sea posible sentirse tan miserable en el cuerpo en el que naciste, querer arrancarte la piel y los músculos y los huesos y solo morir, ¿entonces, qué?

No hay comentarios.: